Dos corazones tan unidos como son los de la Madre y el Hijo, como son los de Jesús y María, como lo son Dios y la creatura más excelente entre toda la humanidad de todos los tiempos.
Celebrar la fiesta del “corazón” es celebrar la fiesta del amor, del que es su símbolo más expresivo. Cuando hablamos de los corazones, no nos referimos al órgano vital que late en nuestro cuerpo, nos referimos a toda la persona. Cuando decimos que una persona tiene un “corazón generoso”, o “un gran corazón”, todos entienden que se refiere a la persona íntegra, no sólo a ese músculo que bombea la sangre a todo el cuerpo. Celebramos el amor. Siempre el corazón ha sido el signo más expresivo del amor humano y del amor divino.
La Congregación de los Sagrados Corazones, celebra en esos días a sus titulares: Corazón de Jesús y Corazón de María. El lema de su carisma es: “Contemplar, Vivir y Anunciar el amor de Dios, manifestado en Jesús”.
Antes de anunciar el amor de Dios, hay que tratar de vivirlo; pero antes de vivirlo es preciso contemplarlo. Por la contemplación, a la vivencia y al anuncio. Al contemplar el amor de Dios derrochado entre los hombres, y al ver la poca respuesta del hombre, no se puede menos de tratar de reparar esa falta de amor.
Hoy día, se sigue maltratando a los hijos de Dios, por medio de las injusticias continuas y el desprecio a su dignidad. Por eso, reparar es también tratar de conseguir un mundo más justo en solidaridad con los más pobres.
En el mundo hay mucha gente que pasa hambre, desnudez, falta de techo, falta de libertad y en nuestros días enfrentarnos a la pandemia… Pero de lo que más necesitado está nuestro mundo es de AMOR. Un amor que Dios reparte a raudales infinitos, pero que los hombres nos negamos. Si hubiese un poco más de ese amor, habría bastante menos hambre, y menos necesidades vitales que cubrir. Los pueblos y las personas recobrarían la esperanza y su dignidad